Turismo

Temoaya: tejedores de tapetes anudando una cultura viva

En esta población mexiquense cuyo nombre significa «cuesta abajo» (en náhuatl), Temoaya, tejedores de tapetes anudados a mano luchan para que su colorido y sorprendente arte no desaparezca.

Imelda y Josefina preparan el telar de madera maciza, colocan el hilo de algodón en extensiones apretadas y tensas. Con el fin de transmitir su cultura en hermosos tapetes. Después de una hora se sientan en una banca y como si de una partitura se tratara colocan una hoja frente a ellas con el diseño en cuadrículas que empezarán a tejer.

Parece que tocan un instrumento, pero en lugar de notas musicales de sus manos salen colores y formas de las culturas cora, huichol, mazahua, tepehua u otomí, su etnia de origen.

Ríen entre ellas cuando les preguntamos si suelen platicar en las largas jornadas de meter hilo de lana, anudar, apretar, y al terminar la línea, golpear con un pequeño mazo para emparejar

. “Pues no mucho, -dice Imelda- cuando la zona es de un solo color, sí, pero si entramos en los detalles más pequeños, no; debemos estar muy concentradas, sino perdemos la secuencia”. “Y el hilo de la conversación”. “Exacto”, contesta con otra sonrisa.

Imelda y Josefina son tejedoras de tapetes anudados a mano con lana virgen, lana importada de Argentina o Australia. Madre e hija son parte de una estirpe que inició esta actividad en la década de los 70 y tuvo su momento de auge por 20 años y ahora se encuentra en proceso de desaparición.

A finales de los 80 conocí los tapetes de Temoaya en la Ciudad de México, confeccionados con la misma técnica de los persas, reconocidos mundialmente, pero con diseños de diferentes regiones del país. Una delicadeza que merecía ser expuesta ante ojos propios y extranjeros.

Y así fue, en aquella época se distribuían los tapetes en tiendas departamentales como Palacio de Hierro y Liverpool; locales de Fonart y uno exclusivo en Polanco, así como en los propios talleres de Temoaya (en el Estado de México).

Aunque nunca se exportaron, los turistas de otros países los compraban. Pero esos tiempos se fueron. Lo que no se ha ido es el trabajo manual con experiencia, la belleza de sus diseños y la voluntad de negarse a desaparecer.

En nuestro recorrido, encontramos otro pequeño taller familiar. El matrimonio Gutiérrez y su cuñada Oliveria Margarito, además de confeccionar tapetes, se encargan de una pequeña tienda de abarrotes, frutas y verduras. Sus escasos clientes, cuentan, son los que han conservado desde hace años. Prácticamente trabajan sobre pedido.

Difícil hacerse de nueva clientela a falta de locales, trabajando dentro de sus propias casas. Difícil para la clientela encontrarlos también.

Solo preguntando aquí o allá se da con los tejedores; eso no es difícil: todos los conocen aunque su comunidad se haya reducido de, aproximadamente un millar, a menos de un ciento en la actualidad, según cifras subjetivas, sustentadas en los viejos letreros oxidados que señalan direcciones que ya no existen en el pueblo.

Don Raúl nos muestra con orgullo su inventario. Despliega en el suelo los tapetes y sus colores le roban a la tarde sus destellos. El más grande fue realizado por dos tejedores que se llevaron dos meses y medio de jornada completa.

“Cada metro cuadrado -explica- tiene 140 mil nudos”. Como una constelación de estrellas en un reducido espacio, pienso. Aunque están hechos para caminarlos les comento que me parece un pecado pisarlos. “Aguantan muy bien, no te creas, bien cuidados pasan de una generación a otra”, afirma Clementina. “No hay duda de su resistencia -propongo- son perfectos para usarlos descalzos”. Sus risas me dicen que no están de acuerdo del todo.

El primer nudo, el origen

Siempre quise ir a Temoaya y conocer de cerca a los artistas que hicieron de su población una marca reconocida. Esta actividad inició en la década de los 70, a través de un programa promotor del Banco de México. Poblaciones de Veracruz, Chiapas y Tlaxcala fueron elegidas junto a la del Estado de México para desarrollar el anudado a mano como se hace en los países que le han dado fama a sus tapetes, entre otros: Irán, Paquistán e India. Temoaya destacó desde el principio y las alfombras se relacionaron de manera natural con su nombre. El objetivo de adquirir esta destreza fue desarrollar una actividad afín a la de sus pobladores que les brindara desarrollo económico y social. Y se logró por un periodo.

Al hablar con sus creadores, relatan que no fue problemático aprender el proceso de elaboración del anudado; la habilidad que les caracteriza para tejer con diferentes técnicas manuales prendas para vestir les hizo fácil el desarrollo de esta pequeña industria artesanal, formada básicamente por mujeres de mediana edad (de cada 10 tejedores, dos son hombres).

La crisis, explican, provino del abandono de Banco de México a su actividad y el alto costo de la materia prima: la lana virgen que en México no se produce, debido a la falta del clima necesario para mantener a la especie de borrego que ofrece lana de largo pelaje.

Las tiendas departamentales dejaron de hacerles pedidos por no poder cumplir con el volumen que les exigían, además de que les tardaban tres meses, o a veces más, en pagarles su trabajo.

Don Raúl dibuja el panorama actual de esta actividad económica en proceso de extinción: “Si en los ochenta vendíamos en promedio 10 metros cuadrados al mes, ahora la cifra llega a veces a cero”. Cada tapete terminado es casi un milagro.

Los artesanos se enfrentan a la escasez de lana virgen; su disponibilidad ha disminuido considerablemente; solo hay una fábrica que la exporta y para teñirla del color deseado deben hacerlo por cada 20 kilos. Para dar una idea, un tapete promedio de 90 centímetros por 1.20 ocupa aproximadamente de cuatro a cinco kilos.“La ganancia -dice- es reducida”.

Temoaya, una cultura viva

Llegamos a Temoaya. Es viernes. El sol del mediodía no alcanza a cortar el frío del aire húmedo. Estamos a más de 2,500 metros del nivel del mar y rodeados de bosques. Encontramos un pequeño mercado donde se ofrece todo tipo de garnachas con sabor a maíz, ese que no es transgénico, hongos, flor de calabaza, nopales y los aromas de las frutas que nunca han pasado por un contenedor o la refrigeración.

En nuestro recorrido paseamos por la plaza principal, nos detenemos en la parroquia de Temoaya que data del siglo XVII. Como la mayoría de los templos en México, está en buen estado y uno puede refugiarse en su amplio atrio del frío o del calor porque la sombra o el sol obligan a cambiar de lugar después de un rato. Su enorme quiosco invita a caminar alrededor y fundirse con el vaivén lento de sus habitantes que caminan sin un destino fijo, cuando la tarde empieza a caer.

El domingo acudimos al Centro Ceremonial Otomí construido en 1980. Su grandeza contrasta con las pequeñas construcciones de San Pedro Arriba, donde se ubica, pegado a Temoaya. Además de sus ceremonias celebradas el último domingo de cada mes, como una con la que tuvimos la suerte de coincidir, el centro ceremonial es conocido y visitado por deportistas de alto rendimiento que acuden a probar su resistencia gracias a la altitud en la que se encuentra.

La ceremonia de adoración a los cuatro elementos, con el sol como eje central, se realiza como se ha hecho desde hace 3,000 años cuando los primeros habitantes de la región fincaron sus hogares.

Al final del viaje acompañamos a Imelda al centro de San Pedro Arriba a hacer su mandado. Le pido a esta mujer alegre que me enseñe a decir gracias en otomí. Jamadí, la jota suena a “k”. No lo logro. Se lo digo en español. Quisiera decirle más. Una palabra que conjure la nostalgia de algo que aun no ha desaparecido.

El español no alcanza. Los nombres y las direcciones de las familias que nos abrieron sus talleres pueden ser esa hebra que lleve a otros a acercarse a Temoaya y, quizá, evitar que se extinga su arte.

Cinco sentidos

Mira: Las montañas y bosques que rodean la región.
Escucha: El dulce acento del otomí mezclado con el español.
Prueba: El pan del horno de leña a mitad de camino.
Huele: Las tortillas recién hechas.
Siente: El calor de un temazcal y purifica tu mente y cuerpo.

Cómo llegar

Toma la carretera de cuota México-Toluca, continúa por libramiento de Toluca. Gira a la derecha donde dice Temoaya, y 10 kilómetros adelante se llega al destino.

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